No sempre saps on poden arribar les paraules quan les deixes volar. Avui m’he trobat amb una sorpresa inesperada i preciosa: la meva obra “Una partida decisiva” ha estat seleccionada com a finalista al III Concurso de Relatos Cortos de Ajedrez, organitzat pel Club de Ajedrez Enroque Corto Sahaldau, amb la col·laboració de l’Ayuntamiento de Puente Genil i la Diputación de Córdoba.
El relat ha estat publicat al llibre del certamen, amb dipòsit legal CO 1066-2025, i es pot trobar a la pàgina 78.
El més sorprenent? No en sabia res fins que el llibre ha arribat a les meves mans. Ha estat una notícia inesperada i una grata alegria descobrir que havia estat finalista sense ser-ne conscient.
Sento aquest moment com una invitació a seguir escrivint, compartint i deixant que les paraules facin el seu camí, de vegades de formes tan insospitades.
Llibre disponible: https://publicaciones.dipucordoba.es/publicacion/iii-concurso-2024-relatos-cortos-de-ajedrez/

Relat finalista:
Una partida decisiva
Cual metáfora
acaecida a tiempos de guerra, delante de mí estaba desplegado un tablero de
ajedrez. Cada movimiento, un hecho que marcaría el porvenir de aquellos bajo
mis órdenes.
Mi oponente era
sagaz, cruel y con un grado de conocimiento que me hacía sentir pequeño,
minúsculo, quizá como David ante Goliat.
Miré las piezas una a
una, pensando en cual correspondía a aquellos cuya vida dependía de mis
decisiones: los soldados rasos, la caballería, las armas de guerra, las
torres... y en medio de tal tumulto, yo y mi guardia personal.
Mi oponente y yo nos
miramos, y al cruzar la mirada esbozó una sonrisa maquiavélica, haciendo ademán
de que empezara la partida.
Moví el primer peón,
pensando en uno de los regimientos de soldados paseando por un camino, de
patrulla. La respuesta de mi oponente fue mover un caballo. En mi mente, un
regimiento de caballería se movía por el horizonte.
No tardé en mover
otro de mis peones, esperando que pudiera acudir en auxilio del primero. Una
torre fue movida por mi oponente, dándome a entender que partía de una posición
defensiva.
Mi decisión fue mover
el alfil, queriendo pensar en él como un trabuco que debía hacer caer la torre.
Fue una mala decisión: mi oponente lo derrotó con su caballo. Imaginarme a
aquellos que estaban montando el trabuco siendo masacrados por la caballería enemiga
me hizo sentir un vuelco en el corazón.
La partida siguió,
las piezas iban y venían en una danza macabra de movimientos en los que la
agilidad mental y los cálculos, no solo para la partida, sino de vidas humanas
en juego, me hicieron sudar, demostrando mi preocupación ante un adversario que
no hacía ningún ademán de malestar ni nerviosismo.
En el mundo real,
cientos de vidas debían yacer inertes esperando a la visita de buitres y
cuervos mientras el fragor de la batalla, con gritos, dolor y fuego convertían
la escena en un cuadro de sufrimiento propio de la guerra.
Desconozco el tiempo
que llevábamos jugando a aquella maldita partida, en la que el tiempo parecía
retorcerse, retrasarse, ralentizarse y detenerse de formas que no entendía. El
sudor me impedía concentrarme y mi corazón latía con fuerza que de aquella partida
dependía mi vida.
A medida que las
piezas iban desapareciendo del tablero, pude entrever en algún momento que mi
oponente no toleraba la frustración cuando conseguía arrebatarle alguna de sus
piezas claves.
A pesar de la
desventaja que parecía marcar mi estrategia, y mi pérdida de activos
importantes, mis peones seguían allí, leales. Ellos fueron los que acabaron con
las torres, los alfiles y uno de los caballos de mi oponente.
La imagen de aquello
me reforzó temporalmente, puesto que los movimientos de aquel duro adversario
habían acabado con todo aquello que me permitiría sobrevivir.
En el campo de
batalla, mis soldados acabaron con las torres en movimientos prácticamente
suicidas, a sabiendo de su destino. También habían rodeado la caballería para
no pudiera escapar y habían cargado contra las armas de asedio del enemigo.
A pesar de las
pérdidas, ambos quedamos en silencio durante largos momentos, valorando
nuestros próximos movimientos.
Pero la situación de
tregua no podía permanecer de forma indefinida, y quedó patente que todo era
una estrategia de mi cruel oponente, a quién no le importaba el destino de sus
piezas de igual forma que no le importaban las vidas de quienes representaban.
Con el caballo que le
quedaba y su reina, no tardaron en barrer el tablero de todas mis piezas. En un
afán por demostrar su superioridad no fue a por mí, sino que fue a por todas
mis piezas, una a una.
Mis peones
desaparecían como absorbidos por un remolino de maldad calculada, mientras que
mi reina no podía hacer frente a todos aquellos flancos que iban quedando
abiertos.
Cuando quise darme
cuenta, solo quedaba una pieza de mi color en el tablero: el rey. Mi simple
representación dejaba patente mi derrota. Agarré la pieza, la puse con ambas
manos sobre mi pecho y finalmente la dejé caer.
Ese era el final de
la partida y de mi vida.
Pilum Muralis