dilluns, 21 d’abril del 2025

El problema es ser mujer. Siempre lo ha sido.

 Nos dijeron que era para protegernos. Después, que era por moralidad. Más tarde, que era para preservar espacios seguros. Ahora, dicen que es por respeto a la biología.

Pero el relato siempre es el mismo: si eres mujer, estás bajo sospecha.

Las excusas cambian. El control, no.

Ahora se habla de seguridad, de verdad, de autenticidad. De definir legalmente quién puede ser considerada mujer. De decidir quién tiene derecho a entrar en un baño, en un refugio, en un vestuario.

Pero —casualmente— nunca se discute quién puede entrar como hombre.

El hombre, como siempre, queda fuera del foco.

El centro es el cuerpo de la mujer.

Y más aún si ese cuerpo no encaja.

Si eres demasiado alta, si tienes la voz grave, si no tienes pecho, si eres andrógina, si no eres lo bastante “femenina”.

Si eres una mujer trans. O una mujer cis que no responde a la estética que tranquiliza a los demás.

Esta nueva cruzada disfrazada de debate legal no protege a las mujeres.

Las clasifica. Las fiscaliza.

Las obliga a pasar filtros visuales, morales y ahora también legales.

Lo que se está definiendo no es qué es una mujer.

Lo que se está definiendo es a quién se puede controlar con impunidad.

¿Y lo más revelador? Los hombres trans.

Aquellos que nacieron mujeres —según este discurso obsesionado con los cromosomas— pueden ser excluidos de espacios de mujeres si “parecen demasiado hombres”.

¿Entonces ya no importa el sexo biológico?

Ahora importa la apariencia. La percepción. La comodidad de los demás.

Está claro: no se trata de ciencia.

Se trata de quién incomoda y quién no.

Las mujeres trans incomodan.

Las mujeres que no encajan incomodan.

Las mujeres libres, fuertes, visibles, incómodas… todas.

Y ante la incomodidad, la respuesta del sistema siempre es la misma: control.

Esto no es solo un ataque a las personas trans.

Es un ataque a las mujeres. A todas.

A las que no pueden ser explicadas con una definición simple.

A las que se niegan a pasar por el adjetivo “auténtica”.

A las que no piden permiso para existir.

No queremos encajar. No queremos pasar.

No queremos ser “más mujer” para que nos crean.

Queremos dejar de ser inspeccionadas.

Y lo más preocupante de esta sentencia es que no abre un debate.

Abre una puerta.

Una puerta a la sospecha constante.

A la verificación de quién eres.

Al miedo de ser demasiado. Demasiado visible. Demasiado masculina. Demasiado mujer.

Pero sabemos identificar el control, aunque se disfrace de ley.

Y no vamos a callar.


Porque sí, siempre nos han intentado controlar.

Pero también siempre hemos encontrado maneras de quemar las jaulas.


Y esta no será la excepción.

Júlia Rosell Saldaña és docent d’intel·ligència artificial, escriptora cultural i veu posthumanista amb base a Barcelona. A través de la poesia, els assaigs i les narratives simbòliques, explora la condició digital i el futur de les intel·ligències. Més informació a https://linktr.ee/xadamai


 

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